Mario Briceño Iragorry una vez que ha caído la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958 resuelve regresar de su exilio en el mes de abril para dar sus aportes al nuevo proceso democrático que se estaba iniciando en el país. A Caracas llega en el mes de abril, pero el destino le depara la muerte el 6 de junio de ese mismo año.
En su libro póstumo “Ideario Político”, encontramos que a este Andino le tocó asumir dos momentos críticos: El 18 de octubre de 1945, cuando fuera derrocado el gobierno del general Isaías Medina Angarita, por un golpe de Estado y el año 1952 cuando la Junta de Gobierno liderada por Marcos Pérez Jiménez, burló de manera fraudulenta la voz triunfante del pueblo, que votó en las elecciones para la Asamblea Constituyente, hecho que condujo a la tiranía militar y a su penoso exilio.
Cuando la Dictadura de Pérez Jiménez, acorralada por su feroz represión, mantenía las cárceles del país repleta de presos políticos, decide convocar a una Asamblea Constituyente, Mario Briceño Iragarrory, junto al partido URD y Copei, y en contra de la abstención de adecos y comunistas, decide participar en aquellas elecciones que a la postre fueron irrespetada por el régimen dictatorial.
En ese momento manifiesta: «Es preciso buscar que el pueblo tenga palabra en el debate que tanto habrá de juzgar del inmediato pasado de los gobernantes, como habrá de abocarse a dar nuevas líneas a la vida institucional de la República”.
Puedes leer: GARCÍA LORCA (Por Douglas Zabala)
Al desaparecer la Dictadura este fiel representante de nuestra venezolanidad, deja constancia de su irreverencia y su conducta ética intachable cuando advierte:
“La lucha me ha recompensado con saciedad: viejo, enfermo, golpeado e irrespetado por mis enemigos, siento, sin embargo, la alegría de comprobar que mi sangre arde y palpita con el tono y el fuego de una voluntad dispuesta a nuevos sacrificios».
A Mario Briceño Iragorry el 6 de marzo de 1991 en merecido homenaje, el gobierno de Carlos Andrés Pérez trasladó sus restos al Panteón Nacional.
Por: Douglas Zabala