Por Artículo 14.– Tres meses que parecen contener los hechos, virajes y conmociones de tres años. Así quedan marcados los noventa días transcurridos desde el pasado 28 de julio, cuando un país atenazado por un gobierno autoritario que ya se extiende por un cuarto de siglo acudió a las urnas de votación para expresarle a Nicolás Maduro que ya está bueno, que Venezuela aprendió lo que tenía que aprender y que ya es hora de retornar a la ruta democrática, con sus repetidos rituales institucionales y sus tediosas liturgias derivadas de las normas.
A la mañana siguiente el país quedo empujado a una montaña rusa. Desde la madrugada del 29 de julio, cuando ya se sabía que la oposición había logrado movilizar a los votantes, cuidar los sufragios y conservar los juegos de actas que les correspondían, el candidato oficialista, aspirante a la reelección, se declaró ganador.
La verdad quedo acallada con prisión, torturas y crueldad sin cuento, pero nadie la ignora. Lo sabe la ciudadanía, lo saben los testigos de mesa, lo saben los soldados y oficiales que trabajaron ese día en el llamado Plan República (organización militar que por décadas ha custodiado los eventos electorales), lo sabe el alto mando, lo sabe el cuerpo consular, lo sabe el tren ejecutivo, así como los magistrados que Maduro se hizo nombrar en el Supremo, le consta al Centro Carter, la única organización de prestigio que la dictadura permitió entrar a Venezuela en esos días como observador de los comicios, lo saben los organismos multilaterales.
Por Artículo 14
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